Amor y odio (10/39)


LA HERIDA NO SANA

Diego regresó al castillo junto con los seis caballeros que le habían acompañado. Se sentaron a descansar. Estaban agotados. Un criado abrió la puerta y se acercó a ellos.
   
– ¿Qué pasa? –preguntó Diego.
   
–Vuestro hermano, señor. Tiene unos calores y unos temblores muy malos.
   
Fueron todos a donde estaba Enrique. Tenía los ojos muy abiertos y la mirada perdida. Estaba empapado de sudor, temblaba  y deliraba.
   
Uno de los hombres que estaban con Enrique, se acercó a Diego.
   
–Le han subido los calores. Le hemos hecho varias sangrías, pero no se recupera.

–Varias sangrías –dijo Diego en voz baja–. Como si no hubiera perdido ya suficiente sangre.
   
La herida de la pierna tenía un aspecto horrible. Por ella salía pus de desagradable olor. Habían quemado tomillo en la habitación para purificar el ambiente. Atrás, sentadas en dos sillas, dos mujeres, criadas del castillo de San Miguel, rezaban por la curación de Enrique.
   
Blanca se pasaba todo el tiempo llorando, recluida en su habitación. Su criada le dio la noticia de que Enrique no estaba bien. Sobreponiéndose, fue a verle.
   
En el momento que entró Blanca, Enrique tenía algo de lucidez y preguntaba insistentemente a Diego por Leonor.
   
– ¿Qué ha pasado? Donde, ¿dónde está?
   
–Se escapó. No sé nada más –respondió Diego.
   
–Y está... ¿está bien?
   
–Ya te he dicho que no lo sé.
   
Blanca se acercó donde estaba Enrique. Se sentó al lado de él y le cogió la mano.
   
–Que bien –dijo Enrique con mucho esfuerzo–, una cara bonita.
   
–Te vas a curar –Blanca le acarició la mano.
   
–Puede. Si me dejan de hacer sangrías –Enrique sonrió.


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