Amor y odio (9/39)


OMAR IBN MUSA

Los criados desnudaron y lavaron a Rodrigo y le echaron con suavidad en una cama. Después los médicos estuvieron un rato examinándole.
   
Pasado un tiempo hablaron con Omar.
   
–Tiene muchos huesos rotos. No sabemos que daños tendrá por dentro. Ahora tiene fiebre. Hay que ponerle compresas frías para aliviarle el calor y reducir la hinchazón. Aún no sabemos si vivirá. Si lo hiciera y tuviera muchos dolores quizá habría que darle algunas hierbas.
   
–Gracias –contestó Omar Ibn Musa.
   
Los médicos marcharon.
   
Una mujer entró en la casa. Llevaba un vestido blanco de seda y la cara tapada por un velo, que al entrar se quitó descubriendo su rostro. Era una mujer joven y hermosa, con unos grandes, almendrados y bellos ojos oscuros. Se dirigió a la habitación donde se hallaba Rodrigo.
   
–Aixa, hija, no pensaba que fueras a volver tan pronto –dijo Omar al verla.
   
–La paz sea contigo, padre.
   
–La paz sea contigo y la misericordia de Dios y su bendición. No pensaba que fueras a volver tan pronto.
   
–La prima May no hace más que contar chismes de todos, menos mal que llegó una visita y me pude escapar.
   
Omar sonrió acariciándose la barba.
   
–Este hombre en tan mal estado supongo que será… –insinuó Aixa.
   
–El cristiano que me salvó la vida –acabó Omar.
   
–Sea bendito, pero tiene muy mal aspecto.
   
–Se salvará, si Dios lo quiere.
   
– ¿Y por qué crees que lo querrá?
   
–No sé. Quizá sea un presentimiento, pero creo que este hombre tiene una misión muy importante que cumplir en este mundo.
   
– ¿Y por qué crees eso?
   
–Presentimientos, bobadas, mi querida Aixa –Omar sonrió–. Es un hombre realmente honrado. Salvar a un enemigo en el campo de batalla por impedir que alguien eche por tierra sus principios no es normal en este mundo tan corrompido.
   
–Menos mal que llegaste victorioso. Y vivo.
   
–Sí, hija mía. Llegué victorioso. Pero presiento que esta no es una victoria del Islam, sino de Ibn Amir.
   
–Eso está claro, padre. Cada día tiene más poder y en el harén...
   
–En el harén mis mujeres son espías de Ibn Amir –Omar terminó la frase.
   
–Mi madre era la única buena. Pero fue a morirse.
   
–Siempre fue mi favorita y lo sabes, Aixa. Desde que ella murió me he sentido auténticamente solo. Dicen que Ibn Amir tiene ojos y oídos en todas partes y yo ya no me atrevo a hablar con mis amigos porque algunos son fieles a él y podría lamentar las consecuencias. Mis otros hijos están dominados por sus madres. Sólo te tengo a ti, hija mía, eres la única persona en quien verdaderamente puedo confiar.


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