Tierra de frontera (16/18)

CABALLEROS DE SAN MIGUEL

En el patio del castillo de San Miguel reinaba un enorme silencio. Estaban reunidos los más importantes caballeros de la villa. A un lado se habían colocado todos los jóvenes de San Miguel que iban a partir a la guerra. Entre ellos también se encontraba algún hombre de más edad que había logrado conseguir un caballo.

Sancho empezó a hablar con voz grave y potente.

–Vecinos de San Miguel, vamos a la guerra contra un demonio. Un demonio infiel que sirve al califa de Córdoba, un tal Ben Amir, un monstruo que sólo ha causado destrucción por donde ha pasado. Soy vuestro merino, pero también vuestro amigo y todos ya me conocéis de sobra. Sólo os pido que cumpláis y defendáis la palabra de Dios y los preceptos de su santa Iglesia, que nunca olvidéis que sois hijos de San Miguel y servidores, además de vuestro merino, del conde de Castilla, nuestro señor, y del rey de León.

Asintieron todos con la cabeza. Luego fue comprobando uno a uno el armamento del que disponían. Fue deteniéndose y hablando uno con uno. Finalmente se acercó a Diego, Rodrigo y Enrique, que estaban juntos, y les habló de cerca.

–Hijos míos, que Dios os proteja –fueron las únicas palabras para ellos.

El alarde acabó con gritos.

– ¡Viva San Miguel! ¡Viva Castilla! ¡Por Santiago!

Enrique y Rodrigo sentían que habían ya dejado de ser unos niños. El día antes del alarde Sancho les había regalado un caballo de los suyos a cada uno para su uso personal. El de Rodrigo lucía un hermoso y brillante pelaje negro. Era el que se llamaba Tormenta y era el que más le gustaba montar. El de Enrique era blanco con manchas negras, de los pocos con los que se sentía a gusto. Tenía por nombre Bastión. Ambos estaban radiantes de felicidad. Ahora poseían caballo y espada. Eran caballeros.

Rodrigo pensaba en Blanca. Se sentía muy lejos de ella, pero sabía que ella le amaba y eso le hacía creer que la distancia podía ser superada. No iba a ser fácil. Si vencían, su padre recuperaría las posesiones y ella volvería a estar donde estaba, junto a los nobles de León. Por eso estaba decidido a dejarse la piel en el campo de batalla. Llegar hasta su posición no iba a ser fácil, pero estaba decidido a todo por ella.

Enrique estaba contento e ilusionado. El amor de Leonor tan sólo había sido una ilusión, aunque pensaba en lo hermosa que había sido. Cada día que pasaba creía estar más cerca de alcanzar la gloria. Más cerca de Dios. Y estar en un lugar sin sufrimiento, sin ansiedad, sin tristeza, sin angustia.


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