Tierra de frontera (17/18)

LA DESPEDIDA

A la hora de partir, San Miguel se convirtió en una fiesta multicolor de estandartes y pañuelos agitándose al viento en señal de despedida.

Blanca se despidió de su padre, no pudiendo evitar que las lágrimas asomaran a sus ojos. Cuando ya quedó sola, haciéndose a la idea de la partida, alguien golpeó con los nudillos en la puerta.

– ¿Quién va?

–Soy Rodrigo. Vengo a despedirme.

–Pasa.

Rodrigo abrió la puerta. Los dos se quedaron inmóviles, mirándose el uno al otro. Así estuvieron un rato, hasta que Rodrigo fue hacia Blanca y la rodeó con sus brazos, en un abrazo cálido y profundo.

–Te amo, Blanca –le dijo al oído–. Ya lo sabes, pero te lo confirmo.

–Yo también a ti.

–Siempre lo supe –ella sonrió.

–Y yo –Rodrigo hizo lo mismo.

No pudiendo resistir más el impulso del amor y la pasión, ambos se fundieron en un beso profundo. Pasaron un largo rato abrazados, sin decirse nada. Pero el griterío que se oía fuera hizo recordar a Rodrigo que lo que estaba viviendo no era más que un sueño y que había llegado el momento de la despedida. Con delicadeza, soltó los brazos de Blanca.

–Ha llegado el momento de partir –dijo en voz baja-. Volveré cubierto de gloria y de honores y me casaré contigo. Te haré la mujer más feliz del mundo. Me haré merecedor de ti.

Blanca se quedó un rato en silencio. Después habló despacio, con un nudo en la garganta.

–Vuelve pronto, amor mío.

–Así lo haré.


En el patio del castillo se hallaban reunidos todos los caballeros, a excepción de Fernán. Enrique fue a buscarle. Cuando llegó a su casa, se encontraba en la puerta, despidiéndose de su madre, doña Sancha, y de su hermana Leonor.

– ¡Vámonos! –gritó cuando vio aparecer a Enrique.

Enrique se quedó con la mirada fija en Leonor. Sabía que antes de marchar Rodrigo había confesado su amor a Blanca. Él no tuvo valor para hacer lo mismo con Leonor. Pensó que era mejor así porque si él moría luchando, su secreto moriría con él.

–Adiós, Enrique –dijo casi gritando Leonor.

–Adiós, Leonor –fue su tímida contestación, aunque le sorprendió que en la hora de la despedida, Leonor se hubiera acordado de él.

Fernán se puso al lado de Enrique, y los dos, a trote ligero se fueron alejando. Atrás quedaban doña Sancha y Leonor diciendo adiós. Empezó a contar a Enrique lo afortunados que eran de participar en esta empresa, que Ben Amir era un enemigo peligroso de toda la cristiandad, que tenían que agradecer a Dios que la gloria se la habían puesto en bandeja y que había que conquistarla. Enrique hacía como que le oía, pero en realidad estaba absorto en sus pensamientos. En el fondo de su corazón se despreciaba por no haber tenido el valor de confesar su amor a Leonor. Pensó que no tenía remedio.


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