Tierra de frontera (13/18)

DIA DE DESCANSO

Sancho llegó a la iglesia, acompañado de sus tres hijos. Fueron de los primeros en llegar. Se sentaron y permanecieron en silencio. El olor a incienso inundaba el sagrado recinto. No había mucha iluminación en la iglesia. El sol parecía que pretendiera entrar por los estrechos ventanucos. A través de éstos, un rayo de sol, que en su camino hacía brillar las motitas de polvo, fue a parar a los pies de Rodrigo. Éste jugaba con él, moviendo la pierna y con ello imaginando misteriosas sombras.

Fueron llegando los feligreses. Gonzalo, sólo, por ser viudo y no haber tenido hijos, junto otros caballeros con sus familias. Alfonso y su hija Blanca, que al pasar junto a Rodrigo, ambos sonrieron y agacharon la cabeza, lo mismo que él hizo. Luego llegó la familia de Ordoño. Leonor llevaba la cara tapada con un velo, pero a través de su transparencia, Enrique pudo contemplar su rostro. La miró con tristeza, como algo que fuera parte de él pero que nunca podría conseguir.

Se oyeron unas campanillas. El débil murmullo de fondo cesó, convirtiéndose en el más absoluto silencio. Se oyeron cantos religiosos. A través de la celosía que separaba a los fieles del altar, se pudo ver al sacerdote vuelto de espaldas. Cuando cesaron los cantos, el sacerdote empezó a hablar en latín. Los fieles entendían algunas palabras pero la mayor parte de lo que decía el sacerdote no era comprendido por ellos. Cuando la misa llevaba transcurrida algún tiempo se veían caras de aburrimiento y adormecimiento. Pero no era el caso de Enrique, que tenía algunas nociones de latín e intentaba entender lo que decía el oficiante.

A la salida de la misa se iban reuniendo grupos para conversar. Dos eran los temas principales: el campo y la guerra. El estado de las cosechas, el clima, la inestabilidad provocada por Ben Amir y la previsión de una guerra, acaparaban las conversaciones de los habitantes de San Miguel.

Blanca y Rodrigo se sonreían de lejos. Esto no pasó desapercibido para Fernán, que se acercó donde estaban Rodrigo y Enrique.

–Muy bien, Rodrigo. Blanca es toda tuya. Ahora si la amas de verdad sólo te queda hablar con su padre.

–No sé. Es posible que piense que soy poco para ella.

–Puede. Pero no te desanimes.

Enrique no quiso preguntar a Fernán nada sobre Leonor. Pensó que era mejor no saber nada.



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