Tierra de frontera (12/18)

EL ARROYO

A medida que pasaban los días se iban estrechando las relaciones entre Rodrigo y Blanca. En las afueras de San Miguel, en un bosque cercano, existía un arroyo. Atravesaba un pequeño claro en el bosque, que en primavera se hallaba tapizado de flores de todos los colores. Era un lugar de paz, donde sólo se oía el trinar de los pájaros y el suave fluir del agua del arroyo. Rodrigo lo conocía desde niño y cuando su padre Sancho le reñía o se peleaba con sus hermanos, ahí se refugiaba, llorando o sólo con sus pensamientos. Luego reveló su existencia a Enrique y éste lo aceptó también como lugar de refugio.

Pero ahora Rodrigo empezaba a ser un hombre y el amor se abría paso dentro de él. Llevó a Blanca al arroyo, la cogió de la mano y la hizo cerrar los ojos hasta que llegaron al lugar convenido. Cuando abrió los ojos quedó fascinada por la visión del lugar. Una alfombra floral multicolor, mariposas batiendo sus alas en una sucesión de vibrantes coloridos, mientras que las brillantes libélulas iban volando de un lado al otro del arroyo. El dulce murmullo del agua al pasar acariciaba sus oídos. El aire estaba perfumado por los naturales aromas del espliego y la jara y la monotonía del sonido del agua al correr era roto por los trinos de los pájaros. Lo primero que pensó Blanca era que el lugar era parte de Rodrigo y se lo ofrecía a ella de la misma manera que le ofrecía su corazón.

El arroyo era frecuentemente visitado por ellos. Estaban solos y nadie les molestaba, hablando de cosas sin importancia, de ellos, de sus vidas, riendo. De esta forma se pasaba la vida dulcemente.

Rodrigo no se atrevía a declarar su amor. Pensaba que era mejor esperar, ya que aún no era lo suficiente para Blanca, y ésta, aunque le amaba, pensaba que aún era muy niño y todavía tenía que madurar. Sin embargo, en algunos aspectos se comportaban como si ambos se hubieran declarado su amor. Frecuentemente Rodrigo se sentaba y Blanca, echada en el suelo, apoyaba su cabeza sobre las piernas de Rodrigo y éste acariciaba su largo pelo de color castaño oscuro, mientras todo transcurría en silencio. No parecían pasar las horas de esta manera.

En cambio, Enrique rehuía el contacto con Leonor. No quería sufrir más. Desde el banquete apenas había entablado con ella más palabras que las habituales de saludo. Un día, queriéndose refugiar en sus pensamientos, fue al arroyo. Antes de llegar a éste, oyó hablar. Con cuidado, se agachó y retirando unas matas, vio a Rodrigo a Blanca echada en el suelo, apoyando la cabeza sobre éste, que la hablaba y ella reía. Apartó las manos de las matas despacio y retrocedió. No quiso molestar a los enamorados. Se alegró por Rodrigo, pero al mismo tiempo se sintió triste porque él no tenía el amor de Leonor, como Rodrigo tenía el de Blanca. Rodrigo y él siempre habían estado juntos, en lo bueno y en lo malo, pero ahora Enrique sentía que la vida le era más amarga que a Rodrigo. Se sintió solo. Pero pensó que al menos tenía a Dios y tenía que buscar refugio en él.


Avanzar narración: Tierra de frontera (13/18)

Retroceder narración: Tierra de la frontera (11/18)

Comentarios