Tierra de frontera (6/18)

ORDENES DE SANCHO


Sancho fue a buscar a sus hijos pequeños. Encontró a Rodrigo jugando con otros muchachos a ver quien saltaba más lejos encima de un montón de paja.

Rodrigo cayó rodando del montón al suelo.

– ¡Rodrigo! –gritó Sancho desde lo alto.

Rodrigo giró la cabeza. Tenía paja entre el castaño cabello.

– ¿Qué ocurre padre?

– Las ovejas las tengo que atender yo. ¿A qué coño aspiráis, atajo de vagos? ¿Dónde está Enrique? –preguntó Sancho.

–Está en el monasterio, con los monjes.

– ¿Y qué hace ahí? ¿Por qué no se mete a monje de una vez por todas? –un tono de enfado se reflejó en la voz de Sancho.

–Está aprendiendo el latín y a leer.

–Eso está bien, pero... ¿por qué no entra en la Iglesia? Quisiera dar un hijo a Dios –dijo Sancho con resignación–, pero no me está dando más que disgustos.

–No puede, padre.

– ¿Por qué? –preguntó Sancho con extrañeza.

Rodrigo subió las escaleras de piedra de la pared y fue hasta donde estaba Sancho. Se acercó y le habló al oído.

– Es un secreto, padre. Ama a una mujer.

– ¿A quién? –Sancho estaba intrigado.

–Lo siento –Rodrigo se encogió de hombros–, pero no os lo puedo decir. Me hizo jurar que no se lo diría a nadie.

– ¡Y su padre no lo puede saber! –Sancho se llevó las manos a la cabeza– ¡los tres me tenéis harto!

Rodrigo puso la mano encima del hombro de Sancho.

–Padre, estad tranquilo. Me ha dicho que si ella no le ama, entonces sí que se mete a monje. Comprended que si tuviera en sus pensamientos a esa mujer no dedicaría a Dios toda la atención que es necesaria.

Sancho enarcó una ceja y puso cara de resignación.

–Rodrigo, tenemos huéspedes notables en San Miguel. Se trata de un noble zamorano y su hija. Sus tierras y su castillo han sido destruidos por los moros de Ben Amir. Su hija no debe estar acostumbrada a estas incomodidades, por eso es necesario que tú vayas personalmente a ver que es lo que necesita y se lo consigas.

– ¿Yo? –Rodrigo puso cara de extrañeza–, ¡qué vaya un criado! ¡Yo quiero ser un caballero y luchar! ¡No el criado de una doncella!

– ¡Harás lo qué te he dicho! ¡Creo que la mejor muestra de hospitalidad que puedo dar es que mis hijos pequeños atiendan como es debido a doña Blanca, que es así como se llama!

Rodrigo se marchó refunfuñando. Pensó que de buena se había librado Enrique por estar con los monjes.


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